domingo, octubre 10, 2004

La coacción del amor

La venganza sera espantosa, señores padres...GERTRUDIS.- Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular sentimiento?

HAMLET.- ¿Aparentar? No, señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, la exterioridades de sentimiento, bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad, pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí (tocándose el pecho), aquí dentro tengo lo que es más que apariencia: lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.
CLAUDIO.- Bueno y laudable es que tu corazón pague a un padre esa lúgubre deuda, Hamlet; pero no debes ignorarlo; tu padre perdió un padre también, y aquél perdió el suyo. El que sobrevive limita la filial obligación de su obsequiosa tristeza a un cierto término; pero continuar en interminable desconsuelo es una conducta de obstinación impía. (Hamlet, Wiliam Shakespeare)

La fatalidad llego en forma de coacción: El sábado habría un Festival Escolar y mis hijitas actuarían en él. Si la sombra del Rey Muerto se hubiera alzado de entre la bruma y señalándome con una espectral mano me hubiera dicho "Tu tio es el asesino", menor hubiera sido el desconsuelo. Muchas y largas horas de agotadora oratoria escolar, prodiga en frases hechas (heredadas como la desgracia y la muerte, de generación tras generación), interminables números de bailes escolares monotamente similares aunque distintos en su grado de tedio (con la sabiduría inmanente de los niñitos consistente en saber como no saber hacer nada sin gracia y donaire) y la oprobiosa necesidad de aplaudir para no destinarlos al fatúm del alcoholismo o las adicciones cuando sean grandes y agobiados. Los números se sucedieron inexorables e inmutables, tratando de demostrar la hipotética hermandad con nuestros semejantes latinoamericanos. Intermedios en los que la silente oracion "Señor, matame pronto o en su defecto al cuerpo docente en pleno menos fulana y mengana, que son buenas gentes..." acudía en consuelo penoso mientras las horas, ya dos, ya cuatro y treinta minutos de duración hicieron parecer a la entrada del Teatro Municipal algo parecidas al portal del infierno del Dante:

POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA.
LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO.
ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA.

Execrable coacción la de ser padre y tener a las hijas en el ultimo de los números escolares. Cuidate, oh Lector lejano, de no caer en la trampa... y dejar de aplaudir extasiado.

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