domingo, enero 30, 2005

Aquí... Cosquín, allá ellos.

Como todo ciudadano que se precie de amor a su tierra, natal o adoptiva, hay un sentimiento que nos hace percibir las tradiciones como algo particularmente sensible. No me refiero a la tradición acérrima, sino a la razonable. Por ejemplo que una chacarera suene a chacarera, un malambo a malambo y una samba a una samba. Cosquín siempre me pareció una natural vidriera de lo mas autóctono y a la vez lo mas comercial, tanto Así que en su momento hice una historieta (aquí) en tono de solfa. Con mucha pena he observado que el mercantilismo puede mas que el amor a la tradición musical. En la ultima edición de este festival hemos sido testigos de un folklore alicaído, desganado, pleno de fusión y de otros aborrecibles arreglos que con la excusa de su modernización se han transformado en algo indefinido, latoso, penoso y doloroso.

Aclaración: soy también fanático del Jazz, Clásica y Tango, rock y otras expresiones musicales; pero el folklore me gusta que suene a folklore, no a saxos y teclados electrónicos (que suenan a teclados electrónicos y no a instrumentos definidos). No me gusta esa poesía críptica y penumbrosa, no me gusta el folklore quejoso, llorón y desganado (ni de antes ni de ahora) que inclusive Peteco Carabajal descuelga cuando puede, o las “atmósferas” misteriosas de media hora de duración para iniciar un tema (usualmente refritado) pero lleno de electrónica y mala modernidad como ha hecho desacertadamente Jairo algunas veces. Somos víctimas de vaya a saber que estúpida conjura de discográfica; que potencia esas demostraciones. Me gusta el folklore que suene a avalancha, de sonidos puros y poderosos como el violín de Don Sisto, me gusta el canto del Chaqueño (no sus conceptos) me agradan cuando dejan el alma en la escena y no esas cantantes líricas que vocalizan Don Giovanni en un tema folklórico. Para Verdi escucho a Verdi.

Me dio pena el tanguero Ruben Juarez y su partenaire que gordos, viejos y asmáticos componían una desoladora escena de amor tangueril. ¿No podrían actuar con dignidad en las tablas estos escarceos pseudo amorosos?

Soledad, “La Sole”, que actuaba con el ímpetu de un caballo desbocado revoleando pañuelos y ponchos aun no ha aprendido la lección. Su figura no traspasara el limite geográfico de nuestro país (o los vecinos) si se sale de su personaje vital. Un remedo de gauchaje-pop-new age solo le traerá la repulsa de sus adherentes. Lastima, se perdió nuevamente...

Epilogo:

cualquier fiesta ramplona de campo o festivales quizas no tan conocidos (como este) es mas verdadera que ese desfilar de ansiedades de Cosquín (de fama, dinero, prestigio). Muy poco he rescatado, falta esencia y sobra envase con etiquetas.

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