domingo, octubre 24, 2004

Una de Kant, otra de arena...

¿Hay que amar a la especie humana en su totalidad, o ésta es un objeto que se tiene que considerar con indignación, al que se desea por cierto (para no volverse misántropo) todo el bien posible, pero sin esperarlo jamás de él, y del cual por tanto, más bien hay que apartar la mirada? La respuesta a esta pregunta depende de la que se dará a otra pregunta: ¿Hay en la naturaleza humana disposiciones desde las cuales se pueda comprobar que la especie no dejará de progresar hacia lo mejor y que el mal del presente y del pasado desaparecerá en el bien del futuro? Pues entonces podemos amar a la especie, al menos en su incesante aproximación al bien, mientras que de otro modo tendríamos que odiarla o despreciarla, diga lo que quiera en contra de ello la afectación de un amor universal al hombre (que sería entonces a lo sumo un amor de benevolencia, no de complacencia) Pues lo que es y sigue siendo malo, sobre todo en la violación mutua premeditada de los derechos más sagrados del hombre, no se puede seguramente evitar odiarlo, incluso esforzándose al extremo en hacer brotar en sí el amor: no precisamente para hacer mal a los hombres, pero para tener el menor trato posible con ellos...

Breve fragmento del inicio "DE LA RELACIÓN DE LA TEORIA CON LA PRÁCTICA EN EL DERECHO INTERNACIONAL, CONSIDERADA DESDE EL PUNTO DE VISTA FILANTRÓPICO UNIVERSAL, ESTO ES, COSMOPOLITA" de Emmanuel Kant (1724-1804); cuyas precisiones a dos siglos justos de su muerte son vigentes, y cuyas interrogantes aún también son actuales.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal